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La familia de Guillermo y Fiorella estaba disfrutando de su última caminata del otoño antes de que el tiempo se pusiera muy frío para salir a caminar. A la mitad del camino, subiendo una montaña por un sendero desconocido, su padre dijo:

 

 

—Este sería un gran sitio para una casa.

 

 

Miraron a lo largo del prado soleado hasta una pequeña quebrada, sintiendo una brisa fresca que bajaba por la montaña.

 

 

—Tienes razón, papá —dijo Guillermo.

 

 

—A mi también me encantaría vivir aquí —dijo Fiorella—. Es tan bonito y estoy segura que hay ciervos y todo tipo de otros animales aquí. Sería tremendo ver la vida silvestre justo desde el balcón del frente de a casa.

 

 

—No estoy segura de que viviría en un lugar como éste —dijo la madre—. No hay electricidad y ustedes no podrían sobrevivir más de un día sin sus aparatos. Jamás convencerían a la compañía eléctrica de instalar una línea eléctrica en este bosque tan remoto.

 

 

—Bueno, si nos permitieran construir una casa aquí, podríamos crear nuestra propia electricidad —dijo Fiorella.

 

 

—Pero generar electricidad requiere energía. ¿De dónde la sacaríamos? —preguntó su padre.

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